Una vez que el proceso supone una ventaja apreciable para la especie, queda establecido mediante selección natural y suele ser un proceso irreversible que desemboca a lo largo de las generaciones en profundas transformaciones fisiológicas y morfológicas de la especie parásita.
Este tipo de interacción es muy común en animales domésticos como el perro o el gato, que suelen ser afectados por "huéspedes" tan impopulares como las pulgas.
Se aprecia claramente que el huésped se beneficia de la relación, ya que el hospedante, gato o perro, le ofrece un lugar donde vivir, protección y alimento al parásito, pero se ve dañado por la presencia del indeseable invitado.
Sin embargo, el hospedante rara vez corre peligro de muerte, pues si esto ocurriera, el huésped también moriría.
Como todo parásito sigue siendo un organismo, puede verse convertido a su vez en hospedador de una tercera especie.
Al parásito que parasita a otro parásito se le suele denominar hiperparásito. Razones de productividad ecológica limiten el número de niveles de parasitismo a unos pocos.
Clasificación de los parásitos
Tal cual ocurre con cualquier biotipo terrestre o de origen marino que puede ser poblado por organismos vivos, así, también, todo tejido viviente puede ser ocupado por un parásito. Según su localización, estos se dividen en dos categorías: Endoparásitos y Ectoparásitos.
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